Una rama tembló de Diego Lara. 22/04/22-12/05/22
Andrés Rubio
Caminando por Madrid, Diego Lara fue recogiendo cortezas de plátanos, uno de los pocos árboles urbanos que renuevan su piel. Con este material que suele quedar abandonado en los alcorques, creó una pieza en la que ha logrado una de las aproximaciones más matizadas de su trayectoria. Porque, no satisfecho con la colocación de las cortezas en el marco de relación con el espacio vacío que es el cuadro, sobre la superficie de algunas de ellas ha dibujado plantas prehistóricas. Así, las cortezas viven, tras su primera metamorfosis como naturaleza caída, una segunda como soporte para la inspiración del artista.
En esos dibujos sobre cortezas de Diego Lara aparecen siete tipos de plantas fósiles. Por ejemplo, la cola de caballo o equiseto, que lleva más de 400 millones de años sobre la Tierra; el ginkgo, con más de 290, o el koyamaki o pino japonés, con más de 230. Son plantas de ecosistemas diferentes que aquí se presentan ligadas, boceteadas primero a lápiz, luego incrustadas en la corteza mediante un raspado, y finalmente marcadas con un rotulador de tinta negra.
Con este collage, Diego Lara, nacido en Colmenar Viejo, Madrid, en 1993, hace un depurado elogio de la conservación de las especies vegetales que han logrado sobrevivir durante millones de años (es decir, de la naturaleza misma), y establece un hondo y metafórico diálogo entre madera y tinta.
El resto de la exposición agrupa piezas pequeñas, dibujos al natural de plantas entre las que reaparece el ginkgo, el árbol del que seis ejemplares sobrevivieron a la explosión nuclear de Hiroshima, la especie por antonomasia de la resistencia. También el árbol de júpiter, el geranio o el aligustre. Plantas que dialogan con los papeles elegidos para ser dibujadas, a veces recuperados de libros antiguos, como el cartoné de una cubierta o las hojas del interior.
Se trata de un acercamiento de gran delicadeza al mundo vegetal, al poder de la naturaleza a través de los detalles, con el ginkgo como protagonista, lo que vincula al artista con la estética japonesa. Esta influencia oriental se percibe en toda su obra y subraya la sutil búsqueda de Diego Lara como creador curioso por otras culturas en una sensorial onda artística abierta a posibilidades renovadoras.
Andrés Rubio
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