Escarbando en los rostros
«Mientras la fotografía analógica atañe a la sociedad industrial, el maquinismo, la química la fotografía digital atañe a las revoluciones tecnológicas privilegiando la información como mercancía». (Mecanismo ortopédico de la conciencia moderna. Joan Fontcuberta) Siempre me ha rondado la idea de guardar álbumes de fotos, discos, películas y demás enseres en una urna de granito y plomo bajo tierra. Ante catástrofe nuclear estos detritos de tiempo permanecerían impunes. Este deseo es una obsesión por la huella y la memoria. Es cosa de seria importancia la memoria, y la fotografía es su sierva más condescendiente. Tanto el fotógrafo, el músico como el escritor, historiador y filosofo lo saben. La fotografía conlleva un gesto de vanidad de lo mas narciso y grosero. Los ojos cual basiliscos petrifican en la memoria y penetran en ella de manera irreversible. La eternidad es cosa de pretenciosos y grandilocuentes de espíritu. Imperio de la interpretación, enfermedad de historia, horror a la nada. Es así el fotógrafo un fanfarrón de su mirada y un osado, siempre jactándose de su cincel de memoria. Una artesanía muy occidental lo de conquistar lo transitivo y sobre todo lo de conquistar. No es de extrañar su paralelismo con el nacimiento de la industria. La magia de la fotografía, el arma de terror para los iconoclastas más puritanos. Desde sus inicios abalada y perseguida. Muchos pintores la temieron y muchos otros la han utilizado de abrevadero. El fotógrafo es un vampiro que se nutre de los estratos de la realidad. Puebla con su visión los rincones de la vida y dota de aparente sentido al tiempo con su arma de presente y su ojo de desvelo. La vileza del retratista es despellejar para la eternidad descarnar el instante en su preciso momento. Tiempo al tiempo que se le dice oro Santa Verenice desafia al toro trasmuta la presencia en oxido la niebla que abotarga nuestro ser el gesto, el desvelo, la palidez la que como formol nos hace de ayer Siempre somos otros ante la ciclopeica mirada, narcisos de nuestros vuelos la prenda de una existencia siempre errada estatuas de sal, sedimentos genicos, Euridices de los tiempos escombros de restos estaticos lo banal, lo solemne, lo frivolo monumento en estado de panico. El fotografo es un cruel historiador con ojo de aguila y moral de coleccionista, tiene los dedos lastrados con el paso del tiempo y aún se atreve a disparar con flechas de pegamento y alquimia.