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El tiempo es un paisaje con figuras


Hay en el cine de Mark John Ostrowski una búsqueda del verdadero lenguaje cinematográfico, un compromiso personal con la idea del tiempo de contemplación visual y acústica que busca desde la acción cinematográfica como experiencia personal ampliar los soportes a través de sus propias limitaciones. Me temo que sólo así es como se aprende y se reinventa un lenguaje. Si en su primer largometraje Home Movie se trabajaba esa idea del tiempo desde la capacidad evocativa, biográfica, genética o arqueológica de los formatos y soportes audiovisuales, cinematográficos o fotográficos con la riqueza expresivos de los formatos analógicos en el momento de su desaparición, enumerados por el autor y protagonista, en este caso, en Sixty Spanish Cigarettes, la casi ausencia de texto, la austeridad del blanco y negro en un formato digital y la reducción al mínimo de los movimientos de cámara nos arrastran con ansiedad hacia una innecesaria interpretación de aquello que no sucede, al menos aparentemente, en las imágenes y que sin embargo va precipitándose con cierta paciencia dentro de cada uno. El espectador es arrojado a esos inmensos panoramas donde debe permanecer, inmóvil, como la cámara, captando ese lapsus de tiempo y de espacio que transcurre dentro y fuera del encuadre. En este campo homogéneo, este Ganzfeld, en la que la figura del protagonista, es la némesis de El Extranjero de Camus, el espectador puede sentir el agotamiento de esa curiosidad por la nada, o ese horror vacui del hombre que explorando la luna ya siente la nostalgia anticipada de la tierra. Hay por ello una fuga, un cierta tendencia inconclusa, palpable como la textura de las arrugas en la piel, del protagonista y en los pequeños detalles de la vieja casa familiar que envuelve con un aire vitalista a este extraño que fumando espera un motivo para escapar de este paisaje desolado. Aquí encontramos aquella máxima de Bresson de que todo debe tener su duración natural llevada al extremo. Los fotogramas, los planos, las secuencias, como los cigarrillos, son unidades de medida temporal. Hay en esta forma de hacer cine una reivindicación del valor expresivo del tiempo real y de la lentitud tan denostados en la cultura occidental. Aquí el cine no busca la eficacia de la información sino más bien el potencial revelador de lo contemplativo. Si el tiempo y el paisaje son dos elementos esenciales en esta historia, el sonido es otro elemento amplificador de esa desolación, atraviesando la duración de este desierto donde se puede escuchar, valga el oxímoron, un ensordecedor y elocuente silencio. Es la textura del paisaje recorrida, abrasada por un viento incesante, que es la de piel quemada de los habitantes del lugar, y la voz rasgada en off de un narrador que nos cuenta sin palabras la dura historia del paisaje volcánico, como el de Stromboli que sólo la erosión puede hacer más fértil y en el que la figura humana es una anécdota, el puctum insignificante que es subliminalmente delatado por su movimiento casi inapreciable. De este modo, en su contemplación, cada plano es en sí una isla de vida claustrofóbicamente afortunada. ¿Cómo puede medirse el tiempo en esas pausas? ¿Cuánto tiempo es sesenta cigarrillos? ¿Qué es lo que ocurre en esa rutina donde somos como este extraño contemplando una montaña, como un surfista esperando su ola , como alguien que ha decidido dejar de fumar? Sixty Spanish Cigarettes, nos muestra esa calma en la nada de un país en pausa que invita al exilio, ese tiempo en el que los visitantes que vienen ya no son turistas y llegan dispuestos a encontrarse con esa paciencia que nosotros hace tiempo que perdimos y que sin embargo aún puede cambiarnos la vida.

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